En un pueblo, vivía Paco, un hombre joven, de buena familia, hombre de su casa y de los suyos, trabajador donde los haya, querido en el pueblo. Quizás querido por lástima. Su esposa, lo dejó viudo hacía algunos años, y con la desolación que eso suponía, sobre todo en aquella época, tuvo que afrontar la vida por una razón muy importante, su hijo David. El era lo único y lo más querido que le quedaba y por él se levantaba cada día a trabajar. David era su orgullo, con sólo doce añitos, ya quería ser labrador como su padre.
Como todos los días, iban los dos juntos montados en la mula a trabajar, ese día habían labrado mucho y después de unas horas y por no desmontar los aparejos del animal, Paco decidió ir a por algo de comida a casa, hoy estaban cerca…
- David, quédate cuidando de la mula y no la montes, ya sabes que eres demasiado jovencito todavía. Dijo Paco…
Al regresar con la comida empezaba a llover, Paco corrió hacia el campo para llevarse a su hijo lo antes posible:
- Pobre, estará mojándose y aguantando como un jabato la lluvia, y sólo porque le dije que cuidara del caballo, seguro, como si lo estuviera viendo.
Pero al llegar, nada era como se lo había imaginado, el chaval estaba tirado en el fango, y al comprobar su estado, Paco se dio cuenta, David había muerto, no había hecho caso y desgraciadamente subió al caballo y se mató.
La rabia, la impotencia, las ganas de llorar junto a la lluvia y el sentimiento de culpabilidad, no pudieron con la necesidad instintiva de llevar lo antes posible a su hijo al cementerio, quería un entierro digno para lo que más quería.
Bajo la lluvia, se arrodilló y cogió a su hijo en brazos, totalmente desesperado atravesó los caminos enfangados y al llegar al pueblo cruzó por la calle principal, quería que todos vieran a su hijito.
La gente, que se refugiaba de la lluvia bajo el porche del bar de Pepe, observaba desconcertada el desolador espectáculo. Nadie se acercó a él, todos comprendieron ese momento y sólo pudieron ver como en medio del silencio se alejaba del pueblo hasta el santo lugar. Allí lo dejó, como se hacía antes, los cuerpos se dejaban durante casi un día en el cementerio. Lo dejó con una nota que decía: "Papá no te olvida" .
Pero David por alguna razón no debía estar muerto, a media noche recobró el conocimiento, como si hubiera resucitado. Claro, que después de darse cuenta de donde estaba, echó a correr muy asustado, y pobrecito, al saltar la valla de hierro se le enganchó el jersey en la punta del hierro y, creyendo que eran los muertos que lo retenían, parece ser que murió presa del pánico. Dicen que al día siguiente lo encontraron detrás de la puerta y con el jersey desgarrado.
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