Marcos Pillado era un policía harto de los trabajos de oficina, harto de que su trabajo no fuera reconocido, harto de, harto de, harto de todo. Un día que parecía iba a ser como cualquier otro, recibe una información, según él, de vital importancia para resolver un caso que desde hacía meses tenía la comisaría patas arriba. Y en esta ocasión ya no pudo más. ¿Cómo era posible que sus superiores estuvieran tan ciegos? ¿Es que nunca iban a tener en cuenta sus fuentes? Así, como él sí creía en sí mismo, había llegado la hora de demostrar su valía. Pero no lo podía hacer desde dentro pues necesitaba trasladarse hasta Novallas, provincia de Zaragoza a unos 500 km y pensó en cogerse unos días de vacaciones que todavía le quedaban, sería una buena forma de aprovecharlos, pensó.
Aquella noche Marcos llegó a casa y mientras cenaban le explicó a su mujer sus intenciones. Al principio ella intentó disuadirlo pero atendiendo a que sólo se trataba de un par o tres de días y que no corría ningún peligro, se le agotaron los argumentos. Se trataba de la vida profesional de él y la felicidad de toda la familia. Una hora más tarde, Marcos ya había metido cuatro trapos en la maleta, se despidió de su mujer y sus hijas con un beso.
Conducía tranquilo, a una velocidad media y fácilmente constante, para Marcos el viaje parecía de lo más normal. Sin embargo, el tiempo estaba empezando a ponerse feo y ya eran las dos de la madrugada. Tenía pensado llegar a Novallas al amanecer por lo que no había hecho reserva en ningún hotel. Viendo que amenazaba una fuerte tormenta, decidió pisar un poco el acelerador para encontrar rápidamente un alojamiento. Desgraciadamente, su coche tuvo una avería en una zona aislada y lo único que alcanzaba a observar eran unas luces a pocos kilómetros de allí.
Marcos se dirigió a las luces andando bajo una fuerte lluvia y un viento que no le permitía avanzar. Casi dos horas después consiguió llegar a la puerta de un viejo edificio que resultó ser un manicomio. Le abrió la puerta un viejo vigilante al que le explicó todo lo ocurrido y le preguntó si sería posible utilizar el teléfono para avisar a una grúa. El vigilante le contó que las instalaciones era muy antiguas y el teléfono ya hacía rato que no funcionaba, algo habitual con el mal tiempo. Hasta el día siguiente no estaría arreglado y eso si cesaba la tormenta. El anciano vigilante le explicó que aquel era un hospital donde ingresaban enfermos mentales desahuciados por su familia o que estaban solos en el mundo por lo que no era usual recibir visitas y le ofreció pasar allí la noche, en una de las habitaciones vacías. Visto que no le quedaba otra opción dormiría allí y por la mañana avisaría a la grúa. Mientras le acompañaba a la habitación le preguntó si trabajaba alguien más con él y al parecer había otras cuatro personas pero con los que él no mantenía ninguna relación. La mayoría de los trabajadores de allí iban y venían, a nadie le gustaba trabajar en ese lugar, excepto a él.
Marcos se acostó y se quedó dormido rápidamente, estaba agotado debido a la tensión acumulada durante todo el día.
Lo que ocurrió desde ese momento no se sabe con certeza, ni creo que nunca se llegará a saber con exactitud. La cuestión es que aquel viejo vigilante murió aquella misma noche por causas naturales. El problema es que por la mañana cuando Marcos salió de la habitación y pidió que le dejasen llamar a la grúa, notó que los enfermeros que había allí, le trataban de forma rara, parecía que ignoraban sus peticiones, le decían que se marchara a la habitación y no molestara.
¿Qué era lo que estaba ocurriendo? Parece ser, que el vigilante no había dejado constancia que la persona que estaba allí, en aquella habitación, era alguien de paso que había tenido un problema con el coche. Marcos trató de explicar lo que había pasado pero le siguieron la corriente como a un loco más. El Sr. Pillado, llegado cierto momento, llego a ponerse violento incluso, lo que fue peor, ya que le redujeron y le sedaron, fueron dos semanas terribles. Hasta que por fin, su familia y sus compañeros de la comisaría consiguieron dar con él. No obstante, el golpe psicológico fue tan grande, que Sr. Pillado nunca pudo recuperarse y lo último que se sabe es que hoy día se encuentra ingresado en una institución mentar de su ciudad natal y que todos los días repite a los médicos y enfermeras sin cesar, que él no debería estar allí, que necesita llegar a Novallas y que le dejen llamar a una grúa.
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