Se dice que en los tiempos durante la falta de luz, había una iglesia caraqueña, en la que se cuenta, todos los fiesteros, parranderos y borrachos que pasaban por ella se encontraban con un hombre de baja estatura, el cual les pedía fuego para su tabaco. Entonces venía la persona y gustosamente le entregaba el fuego al hombrecillo, el cual le agradecía el favor y, cuando el caballero se retiraba el hombrecillo chupaba su tabaco y aumentaba de tamaño enfrente de la mirada atónita del caballero, entonces seguía chupando su tabaco hasta crecer tanto como el tamaño de la Iglesia y después se reía malvadamente mientras el pobre caballero salía corriendo despavorido por el susto.
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