Un joven matrimonio, se dirigieron a un chalet que estaba a la venta en las afueras de la ciudad. Era grande y algo antigua, aunque la familia que vivía actualmente en ella la había restaurado.
Llegaron a la casa y golpearon a la puerta. Aguardaron fuera bajo la fina lluvia que comenzaba a caer, hasta que por fin, oyeron unos pasos en el interior de la casa. Una niña muy pálida, con aspecto de estar enferma o de haberlo estado recientemente, les abrió la puerta y les saludó educadamente. Como los padres no estaban, ella misma les enseñó la casa. Luego de recorrerla, se despidieron de la niña y le agradecieron su amabilidad, no sin antes darle un trozo de papel con su número de teléfono para que se lo diera a sus padres. Salieron, y la puerta se cerró suavemente tras ellos.
Cuatro horas después, el joven matrimonio volvió, para ver si podían hablar con los dueños de la casa. Al verlos, parecían muy tristes, y vestían enteramente de negro.
- Queríamos igualmente preguntarles por el precio, ya que la casa la vimos, gracias a su hija, que nos la mostró hoy a la mañana -
- Eso es imposible - contestó asustado el padre - Acabamos de regresar del entierro de nuestra única hija, que falleció anoche por un terrible catarro, por culpa de dejar la ventana de su cuarto abierta mientras dormía.
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