Las esquinas de Caracas cuentan en su mayoría con nombres muy particulares. Algunos responden a los apellidos de personas que fueron influyentes durante la colonia o época de la Independencia, otros provienen de árboles que crecían en el lugar, ciertos fueron colocados en honor a santos o para eternizar una leyenda caraqueña, y ahí los que fueron producto del ingenio del venezolano.
A continuación se explica brevemente el origen del nombre de ocho de las esquinas que forman parte de la historia y, a la vez, de la rutina de muchos de los habitantes de nuestra bella ciudad capital. Esquina de Padre Sierra: es una de las pocas que conserva el nombre que se le diera en la época de la colonia, hace más de trescientos años. Se le denominó así en honor de don Joseph de Sierra, capellán de las Monjas Concepciones, quien en 1766 vivió en la casa que se ubicaba en este lugar.
El Padre Sierra fue un hombre muy humanitario, que hizo un gran trabajo durante la epidemia de 1766, al ayudar a curar a los enfermos poniendo en riesgo su propia vida. Una actitud similar demostró el 21 de octubre de ese año, al socorrer a las víctimas del terremoto que sacudió a Caracas.
Esquina de Sociedad: allí se encontraba a principios del siglo XIX una casona con puertas de madera oscura claveteada, zaguán de huesitos, corredor de ladrillos y un gran jardín rodeado de elegantes pilares. Fue ésta la sede de la Sociedad Patriótica en 1811, donde se escuchó por primera vez a Simón Bolívar motivar al pueblo a buscar la Independencia de España. Personajes como Francisco de Miranda, Miguel Peña, Antonio Muñoz Tébar, Francisco Espejo, los hermanos Salias y Vicente Tejera se reunieron en este sitio para buscarle una solución a la opresión en la que vivía Venezuela en aquél momento.
Esquina de El Chorro: son las andanzas de los hermanos Juan y Agustín Pérez las que le dan el nombre a esta esquina. Juan y medio y Agustinillo, como eran conocidos en la Caracas de 1812, eran canarios y realistas. El primero era el encargado de encender los faroles públicos, y se contaba entre los personajes que intentaba derrocar cualquier gobierno patriótico que tomara el poder.
Agustín, por su parte, tenía fama de ser el rey de los ‘guaraperos’, se decía que preparaba la mejor bebida de piña y papelón de la ciudad. Su negocio, que se encontraba en el ángulo suroeste de la esquina del mercado de la Plaza de Armas, contaba con un sistema de despacho único. Había diseñado un aparato o envase giratorio, con una llave hacia la calle y un cántaro colgante, que estaba sujeto a una cadena. Agustín podía despachar a sus clientes sin abrir la puerta, con tan sólo soltar la llave al momento de escuchar el sonido que hacía el centavo al caer en una alcancía. Como aparentemente el jugo salía solo y brotaba como un chorro, la esquina tomó ese nombre.
Esquina de La Romualda: en 1824, cerca del puente Catuche existía una pulpería propiedad de una señora llamada Romualda Rubí, a quien todos cariñosamente le decían Ña Romualda. El negocio gozaba de mucha fama, ‘la crema y nata’ de la sociedad caraqueña visitaba el lugar para degustar el delicioso mondongo, que era la especialidad de la casa. Hasta el presidente de la República José Antonio Páez disfrutaba de los suculentos platos que se cocinaban en el lugar. Por más de 10 años permaneció abierto el establecimiento a cargo de esta mujer humilde y honesta, que pasó a la historia por las sabrosas comidas que preparaba.
Esquina de Cristo al revés: a mediados del siglo XIX vivió en Caracas un hombre cuyo trabajo era coser media-suelas a los zapatos de los vecinos. Este zapatero se dedicaba día y noche a clavetear y coser artísticamente zapatillas de tacón Luis XV o botas de los soldados del cuartel cercano; era un buen trabajador que contaba con gran clientela. Este hombre tenía particulares creencias religiosas, estaba seguro de que castigando al santo de su devoción obtendría más rápido sus favores. Este personaje le tenía mucha fe a Cristo, por lo que en lo más alto de su cuarto de trabajo ostentaba una imagen de madera de éste, con el fin de que fuera testigo de sus buenos y malos momentos.
Un día comenzó a bajar el trabajo porque un competidor se instaló a pocas casas. Entonces, nuestro zapatero colocó cabeza a bajo la figura de Cristo para castigarlo por no proporcionarle clientela. Desde ese día, los habitantes de nuestra capital denominaron de este curioso modo la esquina en la que se encontraba el negocio.
Esquinas de El Peligro y Pele el Ojo: en el siglo XIX el lugar que ocupan actualmente estas esquinas era un campo abierto con algunas chozas, donde de día pacía el ganado y de noche se ocultaba una banda de delincuentes que vivía de robarle las pertenencias a los inocentes transeúntes. La tradición indica que fue algún vecino quien bautizó el sitio como El Peligro, por las terribles consecuencias que sufría aquél que se atreviese a pasear por la zona.
En la esquina opuesta instaló un bodeguero su negocio, y lo llamó "Pele el ojo al peligro". Pues, según él, constituía una advertencia para evitar que las personas cayeran en el peligro.
Esquinas de Las Ánimas: este sitio debe su nombre a una leyenda que surgió en la Caracas del siglo XIX, cuando la oscuridad y soledad de las calles avivaba la imaginación de sus habitantes. Se dice que a altas horas de la noche se podía escuchar un coro de voces fúnebres y monótonas, que entonaba el ave maría del rosario. Una vez un grupo de curiosos, salió a la calle para descubrir la identidad de los cantores y se encontró con numerosas sombras con túnicas blancas, que llevaban hachas encendidas. Aseguró que se trataba de las ánimas del Purgatorio que habían salido a orar y hacer penitencia.
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