El encarcelamiento de
Helen Duncan, médium acusada de conspiración, provocó una oleada de protestas
entre los círculos espiritistas. ¿Era culpable o inocente?
Las cortinas del armario
que había en la oscura sala en la que se realizaba la sesión espiritista se
abrieron y apareció la figura de una mujer. Vincent Woodcock la reconoció de
inmediato: era su esposa muerta. En total, el joven delineante eléctrico de
Blackpool iba a poder contemplar el espíritu materializado de su esposa en
diecinueve ocasiones, en el transcurso de sesiones espiritistas dirigidas por
la médium Helen Duncan; pero fue la que se relata a continuación la que cambió
su vida.
Woodcock había llevado a
su cuñada a esa sesión y cuando el espíritu de su esposa hizo su aparición, les
pidió a los dos que se levantaran. Luego, con cierta dificultad, le quitó el
anillo de casado a su marido y lo colocó en el dedo anular de su hermana.
«Es mi deseo que eso se realice en consideración a mi pequeña» -dijo a la
pareja la materialización de la Sra. Woodcock-. Un año más tarde se casaron, y
en una sesión posterior, otra materialización de la fallecida manifestó a los
recién casados lo feliz que se sentía de que hubiesen cumplido sus deseos.
Más tarde, Vincent
Woodcock contó esta historia en el tribunal, cuando se presentó como testigo de
la defensa ante un atónito jurado en el Old Bailey de Londres. En el banquillo
de los acusados se hallaba la médium cuyos asombrosos poderes psíquicos habían
hecho posible el regreso de su esposa desde el mundo de los espíritus: Helen
Duncan.
Regreso De La Muerte
Los espiritistas quedaron
consternados por la aplicación de la ley de brujería para acusar a una médium
tan famosa.
Helen Duncan había nacido
en Escocia en 1898. Sus facultades psíquicas fueron muy solicitadas durante los
años treinta y cuarenta; viajó por todo el país, realizando sesiones
espiritistas en domicilios privados y en iglesias espiritistas. Llegó a
convencer a miles de personas de que los muertos podían regresar bajo una
apariencia física. Sin embargo, también había escépticos que creían que las
materializaciones de Helen Duncan eran un engaño. Se decía que contaba con el
espíritu de una niña, «Peggy»; pero en una causa seguida contra Helen en
Edimburgo, en mayo de 1933, se afirmó que «Peggy» no era sino un camisón de
mujer que una policía consiguió arrebatarle en el transcurso de una sesión. La
médium fue hallada culpable de estafa y multada con diez libras.
Sin embargo, dicho
veredicto no interfirió con su carrera de médium sino que, por el contrario,
durante la Segunda Guerra Mundial, sus poderes fueron solicitadísimos por los
parientes de aquellos que habían muerto en combate, realizando muchas sesiones
espiritistas en Portsmouth, Hampshire, y en el propio puerto de la Royal Navy.
En una de estas sesiones, celebrada el 19 de enero de 1944, la policía realizó
una redada. Un agente de paisano que se hallaba presente hizo sonar su silbato
y sus compañeros irrumpieron violentamente en el local. Trataron de arrebatar
el ectoplasma que salía de la médium y la sesión acabó en un serio tumulto. A
pesar de que no pudo hallarse ningún elemento incriminatorio, Helen Duncan
junto con otras tres personas sospechosas de amañar las sesiones, Ernest y
Elizabeth Homer y Francis Brown, tuvieron que comparecer ante el tribunal de
Portsmouth.
En la vista preliminar,
se relató ante el tribunal cómo el teniente de navío R.H. Worth de la Royal
Navy había asistido a una de las sesiones de Helen Duncan y que tenía sospechas
de fraude. Compró dos entradas por 1,25 libras cada una para la noche del 19 de
enero y fue con un policía llamado Cross. Cross intentó hacerse con el
ectoplasma, que creía que era una sábana blanca, pero le fue imposible
retenerlo. Los demás agentes de policía que irrumpieron en la sala tampoco
consiguieron hallar ningún rastro de sábana. Después de la vista, se denegó la
solicitud de fianza y la médium quedó en prisión preventiva en la cárcel de
Holloway (Londres) durante cuatro días antes de que se reanudara el juicio.
La acusación parecía
dudar acerca de qué cargo sería el más indicado. En su primera aparición en
Portsmouth, fueron acusados en base a la Vagrancy Act de 1824 (equivalente a la
antigua Ley de Vagos y Maleantes española), aunque luego se modificó por el de
conspiración. Cuando el caso fue transferido al Tribunal Central de Old Bailey
se hizo referencia a la Witchcraft Act de 1735 (Ley de Brujería).
En base a dicha antigua
ley, los demandados fueron acusados de pretender "ejercer o utilizar una
forma de prestidigitación mediante la cual, a través de la agencia de Helen
Duncan, los espíritus de personas fallecidas parecerían estar presentes...".
También les fueron imputados otros cargos en base a la Larceny Act (Ley del
Hurto), acusándoles de tomar dinero "a cambio de la falsa pretensión de
que eran capaces de realizar las apariciones de los espíritus de personas
fallecidas y que, de buena fe, intentaban conseguirlo sin truco ni
engaño".
Los espiritistas quedaron
consternados por la aplicación de la Ley de Brujería con el fin de llevar
adelante la acusación de una médium tan famosa. Gracias a esta ley, parecía
como si hubiese sido probado que Helen Duncan era culpable, sin importar para
nada que sus poderes fueran o no auténticos.
La acusación creía
firmemente que Helen Duncan era una estafadora y no se desalentó por la falta
de pruebas. Durante el juicio, el fiscal John Maude presentó un pedazo de muselina
untada con mantequilla e hizo constar la teoría de Harry Price, un investigador
psíquico, según el cual Helen conseguía sus resultados tragando la muselina y
luego regurgitándola. Algunos testigos de la defensa se ofrecieron para obtener
una declaración médica así como una radiografía que demostrara que Helen Duncan
poseía un estómago normal, incapaz de ocultar nada que pudiera ayudarle a
lograr el efecto de la materialización, pero no fueron aceptados como testigos.
Un Espíritu Tuerto
A lo largo de toda su
vida, se mantuvo la controversia acerca de si las materializaciones
ectoplásmicas de Helen Duncan eran o no auténticas. En un juicio seguido ante
el tribunal de Edimburgo en 1933, se afirmó que, en realidad, «Peggy» era un
camisón de mujer manipulado por la Sra. Duncan. Uno de ellos fue aportado como
prueba, junto a los sellos de los testigos que habían asistido a la sesión.
El juicio tuvo lugar
pocos meses antes del desembarco en Normandía y duró una semana. Numerosos
testigos dieron fe de los sucesos acaecidos en las sesiones de Helen Duncan
que, por cierto, dejaron estupefactos a muchos escépticos. Mucha gente dijo,
por ejemplo, haber visto a la médium, que pesaba 140 kg, y a su alto y delgado
espíritu guía, Albert Stewart, a un tiempo. Kathleen McNeill, esposa de un
herrero de Glasgow, contó cómo había asistido a una sesión en la que apareció
su hermana, la cual había fallecido pocas horas antes, después de una
operación, y cómo Helen Duncan no podía haber tenido noticia alguna acerca de
su muerte en tan poco espacio de tiempo; no obstante, el guía de la Sra.
Duncan, Albert, anunció que su hermana acababa de fallecer. En otra sesión años
más tarde, el padre fallecido de la Sra. McNeill salió del armario y se acercó
a ella. Atestiguó que sólo tenía un ojo, como en efecto así había sido mientras
vivió.
Algunas de las evidencias
más impresionantes fueron aportadas el sexto día del juicio. Alfred Dodd dijo
al tribunal que había asistido a las sesiones de Helen Duncan en varias
ocasiones entre 1932 y 1940, y que en una de ellas se le apareció su abuelo, un
hombre alto y corpulento, con un rostro bronceado y llevando la misma gorra que
siempre utilizó; su pelo, como siempre, lucía un pequeño flequillo. Después de
hablar con su nieto, se volvió hacia el amigo de Dodd, Tom, que le había
acompañado a la sesión y le dijo: «Mírame a la cara, mírame a los ojos y podrás
reconocerme de nuevo; pídele a Alfred que te muestre mi fotografía... es el
mismo hombre.» Dicho esto, el espíritu regresó al armario, dio tres palmadas
sobre su pierna y añadió: «Es sólido, Alfred, es sólido.»
Dos periodistas, H.
Swaffer y J.W. Herries también fueron llamados por la defensa. El extravagante
Swaffer dijo al tribunal que el que había descrito el ectoplasma como un trozo
de muselina untada en mantequilla, "debía ser un niño": bajo la luz
roja de la sala se vería de color amarillo o rosado, mientras que las formas de
los espíritus tenían un tono blanco brillante. Por su parte, Herries, reportero
jefe del periódico The Scotsman y juez de paz, afirmó haber visto a Sir Arthur
Conan Doyle materializarse en una de las sesiones de Helen Duncan; había
reconocido sus rasgos redondeados y su bigote, y había identificado su voz.
Sostuvo que la idea de que el espíritu de «Peggy» podía haber sido un camisón
de mujer era absolutamente ridícula y que la teoría de la regurgitación de la
tela era absurda.
Además de las
declaraciones de los testigos, la defensa ofreció al jurado la posibilidad de
que Helen Duncan realizara una demostración real de sus poderes como médium. Al
empezar el proceso, el juez declinó el ofrecimiento, sugiriendo, en cambio, que
Helen Duncan fuera llamada como testigo. La defensa replicó, sin embargo, que
ésta no podría testificar, puesto que permanecía en trance durante las sesiones
del tribunal y que, por tanto, no podía saber lo que estaba sucediendo. El
último día, el juez cambió de opinión acerca de la demostración y preguntó al
jurado si deseaban que se llevara a cabo, pero después de algunas discusiones,
terminaron por rechazar el ofrecimiento.
El jurado tardó
veinticinco minutos en llegar a un veredicto: hallaron a los acusados culpables
de conspiración, en contra de lo dispuesto en la Ley de Brujería, mientras que
se les relevó de la obligación de dar un veredicto acerca de los demás cargos.
El secretario del Tribunal pasó luego a relatar los antecedentes de la Sra.
Duncan. Se había casado con un fabricante de armarios, tenía seis hijos de
edades comprendidas entre los 18 y los 26 años y había visitado Portsmouth periódicamente
durante los cinco últimos años. En 1941 fue denunciada por violar las leyes de
seguridad cuando anunció la pérdida de uno de los buques de Su Majestad antes
de que el hecho se hiciera público.
El Recurso De Apelación
Incluso con sus manos
sujetas por testigos y con sus pies atados, Helen Duncan, consiguió
materializar a su guía espiritual «Peggy», aparentemente mediante el ectoplasma
que emanaba de su nariz. También tenía un guía espiritual masculino, Albert
Stewart que era alto y delgado, y mucha gente atestiguó haberle visto junto a
la figura sólida y de generosas proporciones de la Sra. Duncan a un mismo
tiempo.
Antes de pronunciar la
sentencia, el juez dijo que el veredicto no se refería al hecho de si
"eran o no posibles manifestaciones auténticas de ese tipo... este
tribunal no tiene nada que decir acerca de cuestiones tan abstractas". El
jurado había considerado el caso como de pleno fraude y sentenciaba a la Sra.
Duncan a nueve meses de prisión y se la llevaron entre protestas y gritos. En
cuanto a los demás acusados, la Sra. Brown fue condenada a cuatro meses (con
anterioridad ya había sido sentenciada por robo y hurto en establecimientos
comerciales) y los Homer fueron multados con cinco libras, imponiéndoseles el
deber legal de buen comportamiento durante dos años. El recurso de apelación
presentado ante la Cámara de los Lores fue desestimado.
Helen Duncan cumplió la
condena en la prisión de Holloway. El movimiento espiritista, molesto por el
veredicto, solicitó que se modificara la legislación para evitar acusaciones de
este tipo. Muchos de los seguidores de Helen Duncan estaban convencidos de que
había sido condenada para detener la filtración de información secreta en
tiempos de guerra.
Cuando salió de la cárcel
el 22 de septiembre de 1944, Helen Duncan anunció que no iba a llevar a cabo
más sesiones, aunque no tardó en cambiar de opinión. En realidad, pronto estuvo
realizando tantas que los espiritistas empezaron a preocuparse; se dijo que la
calidad de las manifestaciones que lograba se había deteriorado y la Unión
Nacional de Espiritistas llegó, incluso, a retirarle el diploma.
Canto y Danza
Otros relatos, sin
embargo, sugerían que sus poderes estaban muy lejos de debilitarse. Parece ser
que hallándose en casa de Susie Hughes, una médium de Liverpool, el guía
espiritual de Susie, «Bluebell», había aparecido acompañando a «Peggy», y que
ambos empezaron a cantar y a bailar juntos ante muchos testigos. En otra
sesión, se materializó el padre de Susie Hughes, saludó a su esposa e insistió
en que caminaran por la parte más clara del salón para que pudiera saber que
era él; después la llevó de nuevo hasta su silla, la tomó en brazos y la
levantó por encima de su cabeza.
Alan Crossley, autor de
The Story of Helen Duncan, asistió a una de las sesiones en 1954, en la que
pudo ver tanto a la médium como a Albert, su guía espiritual masculino. También
contempló el espíritu de un hombre que había fallecido pocos días antes; su
esposa y su hijo, que se hallaban presentes, quedaron embargados por la emoción
al reconocerle.
En 1951, la Ley de
Brujería de 1735 fue abolida y sustituida por la Ley de Médiums Fraudulentos.
Parece ser que el juicio de la Sra. Duncan había sido el motor de esta
modificación legal, aunque la esperanza de los espiritistas de que los médiums
no volvieran a ser acosados por la policía duraron muy poco; en noviembre de
1956, las fuerzas de seguridad hicieron una redada en una sesión que se estaba
realizando en Nottingham. Apresaron a la médium, la registraron y tomaron fotografías.
Dijeron andar buscando barbas, máscaras y una mortaja, pero no encontraron
nada. La médium que dirigía la sesión era Helen Duncan.
La interrupción de una
sesión física se considera como algo muy peligroso por los espiritistas, ya que
el ectoplasma regresa al cuerpo con excesiva rapidez. En el caso descrito,
Helen Duncan se sintió muy mal y avisaron a un médico, que le dio unos
tranquilizantes; más tarde, le hallaron dos quemaduras en el estómago. Se
sentía tan enferma que regresó a Escocia junto a su familia y fue ingresada en
un hospital, donde falleció al cabo de dos días.
La historia de Helen
Duncan es una de las más trágicas y singulares de la historia del espiritismo;
o fue una brillante estafadora, capaz de hacer ver a la gente lo que precisamente
querían ver, mediante la manipulación de objetos en la oscuridad, o fue una de
las médiums más destacadas de todos los tiempos. Su historia no acaba con su
muerte, sino que su hija Gina reveló a Psychic News, el 4 de septiembre de
1982, que su madre había hablado con ella durante más de una hora a través de
la voz directa de la médium Rita Goold, de Leicester.
La mayor parte de la
conversación fue de naturaleza personal, y al final de la sesión, Gina
manifestó: «Sí, es mi madre; no me cabe la menor duda.» Veintiséis años después
de su muerte, parece que Helen Duncan sigue trabajando para demostrar que la
vida continúa más allá de la tumba.
Imágenes de un Ectoplasma |
Fuente: Sobreleyendas
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